Vio Jesús a un hombre que se llamaba Mateo, sentado en la oficina de impuestos, y le dijo:
-Sígueme.
Él se levantó y lo siguió.
Mateo 9, 9
Este es el primer gran cuadro de Caravaggio en el que, para acentuar la tensión dramática de la escena y focalizar sobre los protagonistas la atención del que observa, sumerge la imagen en una penumbra oscura de la que sólo emergen los rostros, las manos y los objetos en los que el pintor quiere que centremos la mirada.
Mateo era un cobrador de impuestos, y el dinero visible sobre la mesa simboliza la avaricia terrena. Aquellos que, como Mateo y los dos jóvenes, levantan la mirada de lo material hacia Cristo y se dan cuenta de su luz, se salvarán; en cambio, los que no responden a su llamada, como el anciano con gafas (¿cegado por el dinero?) y el tercer joven que continúa contando ávidamente las monedas, serán destinados a perderse. Cristo, según el evangelio de Juan, es la “Luz verdadera que ilumina a todo hombre”, pero “las tinieblas no le recibieron”. El teólogo jesuita Juan Maldonado, en el siglo XVI, explicaba esta dialéctica entre luz y tinieblas del siguiente modo: “Si algunas personas no son iluminadas es porque no quieren recibir la luz que se les ofrece, es decir, no quieren ser iluminados”. Caravaggio trata de reflejar en este cuadro, por tanto, la compleja relación entre la libertad humana y la gracia divina.
La luz, símbolo de la gracia, que emana de Cristo, desciende sobre todos los hombres, y ofrece a todos una posibilidad de salvación. No en vano la luz no procede de la ventana visible sino de la figura de Cristo. Corresponde a cada uno elegir el camino de la obediencia a Cristo o la vía contraria; elegir entre la gracia y la perdición. Era esta la tesis católica a la que se oponía vivamente el protestantismo francés, que sostenía que la salvación no depende de la voluntad de los hombres sino de la predestinación.
La iglesia de san Luis de los Franceses, que alberga este cuadro, representa la nación francesa en Roma, y el rey de Francia, Enrique IV, se acababa de convertir del protestantismo al catolicismo, con consecuencias políticas de largo alcance. Enrique IV fue solemnemente absuelto por el Papa Clemente VIII con una bula en 1595, en la cual encontramos precisamente el tema de la luz y las tinieblas, que Caravaggio retoma en esta obra: “Estabas muerto por el pecado, y el Señor te vivificó en Cristo. Pensemos en la sobreabundancia de la gracia divina en tu conversión y reflexionemos cómo tú, de la más densa oscuridad del error y la herejía, casi desde el abismo del mal, por un acto poderoso de la diestra del Señor, has venido a la luz de la verdad”.
Este “acto poderoso de la diestra del Señor” es evocado por Caravaggio citando a Miguel Ángel, en el gesto imperioso de Cristo, que con la mano derecha apunta a Mateo, y éste, aún dudoso, se señala a sí mismo, como preguntándose: “¿Me llamas de verdad a mí?”
En esta oficina, dos grupos de personajes se distinguen por sus vestidos. A la izquierda, las personas que rodean a san Mateo están vestidas como los contemporáneos de Caravaggio; Cristo y san Pedro, sin embargo, portan vestidos del siglo I. De este modo, la escena transcurre fuera del tiempo histórico para hacer que el espectador entre en esta escena evangélica. La llamada de Cristo se realiza a los hombres de todo tiempo y cultura, sea cual sea su oficio, su pasado o su condición.
Con el mismo gesto de Adán en la famosa pintura de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, Cristo, el nuevo Adán, prolonga la creación del hombre por parte de Dios, en vocación a seguir su llamada. La vocación, así, se convierte en una nueva creación, en la que Cristo ofrece una nueva vida y hace del hombre un hombre nuevo.
Esta misma mano que traspasa el vacío divide también los dos grupos de personajes: es la separación entre lo humano y lo divino, entre el pecado y la gracia. Este signo se convierte así en la apertura de la alianza entre Dios y los hombres realizada en el don de la gracia, que es fruto de la iniciativa de Cristo. Con este gesto, Dios ha dado inicio a un diálogo con los hombres, representado aquí en el instante mismo de la llamada de Jesús a Mateo.
Sobre la mano de Cristo, una ventana abierta con forma de cruz anuncia la muerte y la resurrección de Cristo, con la cual se perdonan los pecados. La vocación de Mateo se convierte de este modo no sólo en el perdón de sus pecados sino también en un renacimiento, el paso de la muerte a la vida, de la sombra a la luz. Posiblemente Caravaggio, de temperamento violento y extravagante, acusado de cometer un homicidio, se haya reflejado en el personaje de Mateo, el cobrador de impuestos, pero redimido por Cristo con su gracia y su llamada a una nueva vida.
En el cuadro, Cristo sale de la sombra, y su entrada en la habitación no es apabullante; como la luz que acompaña su llamada, toca a todos los personajes, especialmente a Mateo y al otro personaje que está a su lado, pero no llama la atención ni del joven ni del anciano que, a la izquierda, siguen contando el dinero, y prácticamente no son iluminados por él.
El rostro de los distintos personajes expresan cierta distancia respecto a la escena: ¿indiferencia? ¿sorpresa? ¿desconfianza? ¿disponibilidad? Tantas actitudes como respuestas posibles existen a la llamada de Dios.
Mateo tiene una mano apoyada en el dinero, pero con la otra duda en presentarse. Aún no se ha levantado, y su expresión es de sorpresa: toda la escena se desarrolla en el instante mismo en el que pasa la Gracia. Cristo espera la respuesta de Mateo, que deberá dejar su dinero para seguir a estos hombres, cuyos pies descalzos expresan su pobreza.
San Pedro se encuentra entre el espectador y Cristo. Es la persona sobre la que Cristo ha fundado su Iglesia, mediadora entre Dios y los hombres. De este modo, la Iglesia repite a su vez el gesto de Cristo que nos invita a seguirlo. De este modo, Caravaggio quiere expresar que Cristo, a través de su Iglesia, continúa llamando hombres de toda época y lugar para repetir los gestos instituidos por él, los sacramentos, a través de los cuales la gracia y la salvación sigue llegando a la Humanidad.